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Inferno blanco

  • zaze000
  • 3 abr 2023
  • 2 Min. de lectura

Transitando el aliento frío de la muerte,

se amontonan las penumbras desfilando entre las sombras

de este pasillo y sus serpientes,

los ojos llorosos

suspirando ansiedad

anegando el río

con los vacíos

de esta vida marchita,

inerte,

acostumbrado

a sacar los colmillos,

olvidé cómo usar mis dientes,

camino sobre la lluvia

sintiendo a cada paso

cómo vibran los traumas

entre imágenes de accidentes,

palpitan sobre mis pupilas

borbotones de sangre permanentes,

no encuentro su luz,

pues de la oscuridad

fuimos descendientes,

no sé qué es la paz,

uso la daga de esta escritura

para entretenerme,

respirando cristales rotos

por esta ruta

de naufragios intermitentes,

cargo la pólvora

sobre el cielo de mi boca,

imagino un camino corto

entre mi sangre,

y su capilla ardiente.


Aplico fuego a la herida,

pero no suplico el riego

de este jardín sin vida,

abdico,

sobre el pliego de esta huida,

más esbozo cartas

para una salida,

escupo duelo

mientras se desliga mi piel

en la caída,

las uñas se astillan

al paso de las lágrimas

y su colina,

oscilo

entre el fósforo de la depresión

y el desgarro de mi retina,

¿escuchas los llantos de mis pesadillas?

Hice de cada estrofa,

mi propia guerrilla.



Transitando pasadizos

que desconozco,

rodeado de las escaleras

de traumas que amenazan

con sollozo,

ansiedad en cada sombra

que observar escojo,

dos zancadas rápidas

y ahí está,

el miedo mirándome de reojo,

al lado mis inseguridades, alimentándose entre matojos,

a veces cuesta ver la luz del Sol, sientes soledad

como quien arde entre la bruma sumergido por rastrojos,

nunca vi tanta tristeza,

como cuando miro

frente al espejo

y veo sus ojos.



Abolir las horas

para disfrutar del tiempo

con seres queridos,

un día más aplastado

entre sus engranajes,

me siento perdido,

la fe no mueve montañas,

los terremotos

construyen ese vestido.


Mirada al horizonte,

la desesperación

de mis lágrimas,

como testigo,

atravesar el miedo

para dejar de ser

un perro malherido,

quieren de mi un traje de fuerza

pero nadie puede domesticar

a esta selva y sus recorridos,

transitando entre desvaríos,

latigazos a mis espaldas

tengo esculpidos,

de las gárgolas del presidio, sobrevolando en mi delirio.


Hice de este acuífero de sangre e ira,

mi nido,

de la guerra de clases

mi cometido,

la palanca de freno

para este tren sin destino.


Hundiéndose

en el fondo de un foso,

de entre las gotas

de la tormenta,

asomarán brotes

de un nuevo tiempo,

a fuego lento,

entre tejidos

de nuestros latidos,

se alzarán las voces,

y al compás de nuestros sentimientos

y sus sonidos,

el reloj y sus secuencias,

serán detenidos.



Sucumbiendo bajo esta muerte lenta,

sobre el infierno blanco

donde se calcinan profetas,

no hay miradas que soporten

el secreto de ojos en blanco, deambulando por la pena,

que ya no drena,

traen consigo sueños quemados

con sombras de otro planeta,

la procesión de un funeral,

de anhelos rotos,

donde el hastío,

es el único pedal

de esta bicicleta,

sin vocación

más allá de una calma tensa,

se rompe el silencio,

con mi sangre goteando

sobre la moqueta,

hay quienes nos batimos

contra el vacío,

generando grietas,

los nudillos destrozados

que solo buscaban respuestas, sentimientos grises,

en esta nube y sus tormentas,

quiero salir del laberinto,

comenzar otra treta,

pero atrapado estoy,

entre las zarzas

y un barco en llamas,

que ya nadie fleta.



Cruzando los valles

de la desesperación,

me encontré contigo,

marchita flor,

olores a lavanda quemada

que se expandían

por las cordilleras,

como peste bubónica,

que como ansiedad

navegaban por cada inhalación,

los restos de un mundo muerto, esculpido

sobre la inexorable soledad

y su dolor,

descompuestas las ilusiones

entre las tormentas famélicas,

de la depresión,

bajo esta cabaña de letras,

construyo mi caparazón,

gracias poesía

por dejarme sangrar

en tu jurisdicción,

aunque eso fuera a cambio

de una tristeza

que hunde mis rodillas

en el barro

de la autodestrucción,

no sé si veo la luz

al final del túnel,

o son las señales humo,

de mi padre,

desde su vagón,

abierta ya la veda,

me hago cargo del deslinde,

que sutura nuestra dimensión

 
 
 

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